martes, 4 de agosto de 2009

ARDOR.......Capitulo 2



La noche en la que ocurrió todo era víspera de las vacaciones. La brisa empezaba a refrescar en el pueblo y las señoras solían guardar sus sillas en el interior de las casas, en señal de retiro. A diferencia de otro pueblo, en Sunville no se gustaba de observar atardeceres, ni de coleccionar recuerdos paisajisticos, en ese pueblo, todo era rutina.

Ese día Elba irradiaba felicidad. Atrapada bajo los cálidos brazos de Mike contemplaba el oscuro atardecer con una sonrisa envidiable. Empezaba a sentirlo, sabía que el sentimiento que habia estado tanto tiempo guardando, aquel pequeño rincón de su alma que tanto se había esforzado en mimar y prevalecer, empezaba a llamarle con fuerza. Ya no podía resistirse más, necesitaba soltarlo, abrir la caja. Se estaba enamorando. Durante aquellos minutos que duró el crepúsculo, Elba mantuvo la mente en blanco. No recordaba la última vez que esa paz, ese olor y ese calor habían azotado su cuerpo. Ni le importaba. Ahora solo le importaba Mike, sus brazos y ellos dos disfrutando de su rincón en el bosque.

Desde pequeña, Elba siempre se había refugiado en su cabaña del árbol. Lo que empezó siendo un juego, la inventiva de un lugar único para ella, se convirtió en su estandarte, su pequeño universo, su bálbula de escape. Pasaba largas horas reflexionando bajo la soledad de la altura y el paraje del bosque. Allí fue donde por primera vez descubrió la sangre brotando de su sexo, donde se inició en las prácticas masturbativas, y donde ocultó la única pieza de cerámica que se había atrevido a robar del mercado de la calle Tuin.

Fue allí, en el árbol de las afueras del lago, donde Elba registró su destino. Ella todavía no lo sabía, no era consciente de la trascendencia de ese instante, pero ahora, con Zack delante, herido y orgulloso, comprendía que todo había comenzado así, de esa manera tan rídicula con la que comienzan las cosas, y a menudo, también terminan.

Elba lo recordaba como si fuera ayer. Recordaba el rojo del cielo, el calor de los brazos de su chico, las pisadas que la despertaron de su blanquecina mente aislada. Recordaba los pantalones desgastados que Otto llevaba ese día, los zapatos enmudecidos en barro y hasta la barba de tres días que decoraba su rostro. No podía olvidar tampoco la brusquedad con la que Otto habló, la brusquedad con la que Mike le agarró de la cintura, y la brusquedad de su voz gritando la maldita noticia.

Sabía que no era cierto, que todo formaba parte de los oscuros recuerdos que ella misma se había repetido en sueños, pero Elba siempre decía que el cielo se había congelado rojo ceniza. Ese era el color que guardaba en su cabeza, horas después cuando vió y tocó a su hermano Elliot sobre el asfalto. Y roja era también la sangre que tiñó esa noche su vestido, de un color tan rojo intenso que Elba no pudo dormir sin ese color durante semanas, siempre volviendo en sueños, siempre retornando. Mike trató de protegerla, aislarla del infierno que se le venía encima, pero todos sus intentos fueron en vano. Elba había mordido el anzuelo, había dejado que la sangre de su hermano sobre la acera le inundase, se había dejado seducir por la terrible incertidumbre del dolor sin saña.

Otto se encargó de todo, de levantar el cadáver, de elaborar el atestado, y de hacer las preguntas consiguientes. Al fin y al cabo, ese era su trabajo. Pero Elba estaba marcada, tal y como se había previsto en su destino, así que todo el trabajo que Otto había iniciado, era nada comparado con el que ahora en adelante ella tendría que acometer.

Y era también víspera de fiesta cuando Zack se revolvía en el suelo, frente a ella. Exactamente el mismo día. Abril, principios. Y Elba supo que nada se trataba de una pura casualidad, sino todo era parte de un mismo entramado, que aquí hemos llamado trágico destino. A Zack le encantaba el destino, le divertía su enorme poder, su enorme fascinación. Y por eso, sólo por eso, esa noche estaban allí, en el suelo de un frío invernadero, tratando de definir la fustración. Por que todo, absolutamente todo, estaba previsto.

lunes, 3 de agosto de 2009

ARDOR. Capitulo 1



La sangre todavía goteaba suavemente sobre los claveles. Zack gritó pero no era de dolor sino de decpeción por lo que se retorcía. Se lamentaba de que Elba le hubiese perforado la mano, esa mano con la que tanto había disfrutado, que le colmaba de gozo y satisfacción, la misma, con la que alimentaba su pasión, su alter ego, su propia existencia.

Hacía tiempo que Zack había dejado de sentir dolor, de temblar ante su desgracia, de escupir maldades e infortunios. Zack había aparcado cualquier atisbo de humanidad y compasión, había dejado escapar el último rastro de entraña que áun le quedaba. No fue una decisión clara, expuesta, de esas que los seres humanos toman cuando la marca del reloj así lo pide, fue una decisión que se le impuso, como a alguien se le impone que se vista de luto ante un funeral, algo caído, algo inevitable.

O tal vez no, tal vez Zack había configurado ese camino de desarme, ese monumento a la ira y la frialdad, esa pasión encendida. O tal vez, aún seguía sintiendo algo, dolor o fustración, y esa sangre que ahora resbalaba por su brazo, no sólo fuese sangre, sino la prueba de que Zack aún estaba vivo, de que todavía se le podía condenar.

Durante unos minutos, Zack se revolvió en el suelo. No podía creer que ese fuera el fin, un segundo de rápido destino, una fugaz detonación y todo su imperio de nuevo, se estaba viniendo abajo. Contempló con serenidad y aliento comprimido el leve brillo que las plantas regalaban a todo ser que visitara ese lugar y se aseguró de que en esos instantes de fuerte desconcierto, ellas no pagaran por sus errores. Elba respiraba agitadamente. Sus ojos eran marrones color maldad, y sus labios estaban encendidos de cólera. Lo había hecho, había disparado, a la persona que más odiaba en su vida. Sujetaba su pistola con firmeza, y vigilaba que el hombre que yacía ante ella no se moviese más de lo esperado.

Pero Zack no quería coger ya la pistola que habitaba metros más allá en el suelo de flores rojas. A Zack ya solo le importaban sus flores, su sangre mezclándose con la de los otros, y los ojos enfurecidos de la muchacha. Sonrió, en el fondo disfrutaba con ese momento, tal vez por que durante todos estos años, durante todo el calvario de su imperio, todo el ardor se concentraba en ese instante, en él retorcido en el suelo, con su mano derecha tiroteada y con aquella mujer abrasada por la adrenalina. Sí, Zack sabía que había llegado a su momento cumbre, al vértice de su locura, a su afán más sincero, siniestro e interno. El rostro mismo del deseo autodestructivo.

- Adelante, susurró observando a Elba y convencido de que aquellas palabras eran las más duras que estaba dispuesto a ofrecer a los demás. Elba se acercó y unas lágrimas de rabia salieron de sus ojos perdidos. Zack saboreó cada una de esas lágrimas y añadió: En el fondo, sé que me admiras...admiras todo el mal que te he enseñado, todo el mal que te he excusado...todo el mal que te he perpetrado....

Elba se negó a escuchar, a pesar de que cada una de las palabras del asesino le apuñalaban la conciencia. Tembló, y por un momento, supo que ese hombre estaba diciendo la verdad, que la conocía, algo peor, que aquel hombre la había creado, la había configurado, la había convertido en señal de su misma agonía, la había hecho cómplice de su misma pasión, de su misma creencia de extraña furia, de su mismo desentir. Y se odió, odió haber seguido su juego, haberse dejado llevar, tal y como él hacía tiempo que lo había hecho. Ambos cumplían esa noche su cometido. Pero sólo uno resultaría ganador.