sábado, 16 de agosto de 2008

El blues de la generación perdida


¿Que tal has dormido? Juan la miró desde la puerta. Eva se incorporó y buscó en esa habitación resquicios de la noche pasada. Ella le sonrió. Perfectamente, adoro tu cama. Juan avanza dos pasos, se tumba en la cama y besa a la chica. Ella le devuelve la sonrisa. ¿Qué hora es?

Hace semanas ya que Eva salió de su casa. Semanas ya desde que escribiera esa despedida, de que la buscaran por todas partes, de que los buzos ispeccionaran día y noche las frías aguas del mar del puente de la Plaza Mayor. No había habido funeral, ni entierro. Sólo la triste y apacible afirmación de que el mar se la había llevado, con su agite y su fuerza. Sólo la seguridad de que nunca más volvería, de que su madre se preguntaría eternamente donde está, el porqué, y los motivos de esta vida dura y sin sentido. Había mañanas en las que Eva cada vez pensaba menos en su madre, en el sufrimiento que estaba causando, en su vida pasada como a ella le gustaba referirse cuando Juan, en el calor de la noche apasionada, le preguntaba sobre su vida meses atrás.

Sin embargo todavía recordaba esa noche a la perfección. Ella subida al puente, mojando sus últimas ganas, implorando al mar y exigiendo rendición a quién sabe qué fuerza mayor. Y entonces apareció él, tan flovial y guapo, para detener sus ganas de acabar con todo. Y se la llevó al local, al calor de una acogida cálida y un consuelo escuchado. El local era un lugar muy especial para Juan, ahora para ella, y para más gente. De pintadas en las paredes, ese lugar flotaba paz y libertad, respiraba autenticidad, escondite donde soñar y aprender de lo más sincero y humano de las personas. Juegos, malabares, cumbre de artistas y bohemios callejeros, el mundo de Juan se impuso a el de Eva con suma facilidad. Ella lo necesitaba, necesitaba empezar de nuevo, qué mejor manera que al lado de los que hacen de su vida un sueño, un ideal, una lucha, un eterno carpe diem de la bondad humana. Y aprendió pronto a jugar a sus reglas, a adaptarse al ritmo loco de los discursos optimistas y las mil cosas por hacer. Evá cambió de look, y de color, buscó nuevo nombre de pila y hasta cambió de piel.

Una noche, Eva fumaba los restos de un porro recién hecho. Juan, Guille y los demás entonaban la canción. Sacaban sus instrumentos y se ponían a hacer fiesta hasta altas horas de la madrugada. La generación perdida. Y a Eva le hacía gracia esa forma que tenían de llamarse, y pensó en que lo de perdida le venía personalmente como anillo al dedo. Y cantó, y bailó y se perdió en el humo de un presente mucho más acogedor. Afuera, seguía lloviendo, siempre llovía.

2 comentarios:

Marta dijo...

Mi duende
Co.., como me gustaria a mi desaparecer y poder vivir otra vida, pero seria la mia??.
Hoy me levante con muchas preguntas.

Nene, veo que tienes una nueva lectora, veremos si estan fiel como yo, jajajajajaja.
Seguro que si....
mils de petons.

Sara dijo...

Duende soñador.
Me ha encantado lo de: hacen de su vida un sueño, una lucha,un ideal, eterno carpe diem de la bondad humana.....
Intentare serte fiel....como dice Martona....pero creo que yo no tengo la virtud de la constancia...
besos.