martes, 19 de agosto de 2008

Es solo una canción


Al segundo por favor.


Una anciana acababa de entrar en el ascensor. Antonio la miró un momento y a continuación marcó el boton anunciado. En ese hotel nadie se detenia a conversar simulando ser vecinos. Eva se ajustó las gafas de sol y se observó tímidamente en el espejo. A varios metros de ella estaba Antonio ataviado de una camisa azul y pantalón veraniego. Eva lo observaba con el rabillo del ojo. En realidad no le quitaba ojo de encima, sólo simulaba normalidad.

Antonio abandonó el pequeño cuartucho y Eva salió detrás siguiendo al hombre a la salida del hotel y de su trabajo. Aquel hombre al que ella tanto ansíaba conocer todavía era incapaz de adivinar que la chica con la que acababa de compartir ascensor se convertiría meses después en su principal fantasma. En una muerta viviente. Sin quererlo, es como si el destino hubiese querido cambiar las tornas, volver del revés las personas que atisbaban una misma obsesión.

Todo comenzó cuando una noche Eva regresaba del encuentro con sus amigas. Lucía no se sentía bien, ya se sabe, lío amoroso con ruptura incluida. Una cena de chicas había bastado para mitigar la tristeza de su compañera de trabajo y fiel aliada desde la infancia. Sin embargo lo que para Eva había sido un final de día agotador sólo era el principio de una historia que la arrastraría meses después hasta el momento presente. Lo vió salir, vio como ese hombre se despedía de su madre, cómo se miraban, como en susurros, se mostraban las primeras y fugaces muestras de un amor apasionado. Eva recordaba ese punzor, ese dolor brotando de su estómago, esa corriente devastando toda su fe. El silencio había sido el principal escudo de Eva, callar lo que en su interior no paraba de crecer era su manera de enfrentarse a todo lo que aún estaba por acontecer.

Y luego ocurrió lo que ocurrió. Pero eso fue después, y ahora ella estaba allí, en mitad de la calle intentando obtener respuestas de ese desconocido, ese hombre que había entrado en su vida de la forma más convulsa. Ese hombre, que había hipnotizado a su madre, que estaba entrando en terreno de ella. Eva sabía que seguir con ello le haría daño, sabía que todo el misterio que rodeaba a Antonio sería capaz de destrozarla. Pero aún así prefirió seguir, prefirió dejar que su instinto la empujara a una espiral sin regreso. Antonio caminaba rápidamente y Eva tuvo que hacer verdaderos esfuerzos por no perderle de vista. ¿Dueño de un importante hotel? ¿Cómo había conocido a su madre? Todo eran preguntas. Durante un tiempo siguió con ese procedimiento, sin poner freno a su sed de conocimiento. Donde vivía, con quién hablaba, cuales eran sus aficiones, todo parecía ahora cobrar especial relevancia.

Una mañana muy cercana al terrible suceso, Eva encontró a su madre más contenta de lo normal. Ella canturreaba una canción y verla tan feliz, tan llena de vitalidad, puso a Eva de los nervios. Ella sabía la razón de su alegría, de su motivo para cantar. Enfadada, apagó el aparato de música y la miró con frialdad. Ángeles se volvió y extrañada repuso, es solo una canción cariño...No es solo una canción y lo sabes contestó Eva con rotundidad antes de salir por la puerta.

Juan volvía a verla dormir. La veía agitada en sueños, en pesadillas u temores nocturnos. La televisión seguía encendida. Hacía rato ya que las noticias habían dejado de lado el caso del asesino pero el caso es que ni Juan ni ella habían prestado atención a lo que el televisor anunciaba. Juan trataba ahora de entender, de situarse ante el relato que Eva había dejado escapar, en una terrible necesidad de contarlo todo sobre su vida pasada. Y se encogió, Juan se encogió ante la confusa y díficil situación que la persona a la que empezaba a amar arrastraba. La arropó y sintió como ella se revolvía, como se agitaba entre los resquicios de un pasado que se dibujaba en forma de presente.

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