domingo, 23 de marzo de 2008

Marta (II)


Comenzó a llover. Justamente en ese momento. Marta miró con rabia las nubes que los estaban empapando sobre el patio. Oscar la miraba. Contenía sus lágrimas. A Marta no le importaba que se le mojara su precioso vestido rojo, no le importaba que la fiesta se hubiese acabado, no le importaba que estuvieran en mitad de la tormenta. Le dolía esa mirada. Esa situación. Ellos, enfrentados sobre el patio del campus. Mojando su amor, sus ilusiones. Aguantando la respiración de una discusión acelerada. No quería seguir escuchándole. Esta era la noche de los dos, ¿por que había tenido que estropearla así?. Miró a su novio que intentaba encontrar las palabras. Oscar la agarró del brazo y la beso con fuerza. Marta se dejó, no opuso resistencia y saboreó el beso mojado. El chico se apartó y esperó algo. Algo en ella. Pero Marta no podía decir nada, de repente, era ella quien no encontraba las palabras. Me escribiste una carta ¿recuerdas? Me la escribiste. ¿Te vas a ir ahora, así, vas a irte a casa? Marta seguía sin poder decir nada. Las sirenas de la ambulancia los inundó junto al sonido de la lluvia golpeando el suelo. No quiero que te vayas, no lo hagas, me escribiste una carta y yo....y yo....
Calla! No digas nada....solo vente conmigo.....Y le agarró la mano. Con la misma mano con la que escribió su amor.

Piiiii, piiiiiii.......el sonido del despertador la levantó de los sueños. Unas horas antes, Marta dormia placidamente en su cama.Era el gran día. Por fin la fiesta de fin de mes en el campus. La fiesta en la que ella y Oscar se presentarían como novios. Marta había estado semanas mirando en tiendas un bonito vestido que ponerse. Verde lima pero al final ganó el rojo pasión. Quería estar guapa. Llevaba semanas saliendo con oscar y estaba radiante. Miró por la ventana y vió nubarrones. Algo de viento. Pensó que tal llovería esa noche. Pero daba igual, lloviera o no lloviera, Marta estaba feliz y sonreía. Sonreñia como hacñia tiempo que no lo hacía. Recordó la carta, sí, así había empezado todo. Un martes, un martes cualquiera, con mucho viento. Sonó el teléfono. Seguro que era él. Sonrió con frescura y bajó rápidamente las escaleras. Su voz sonó muy bella esa mañana y Marta le regaló un buenos días lleno de fresas.

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