miércoles, 5 de marzo de 2008

Oscar


El humo del cigarrillo se colaba por el techo de la habitación. Oscar deja caer un suspiro de satisfacción. A su lado en la cama, ella, Erika, sonriendole después de una hora de buen sexo.

A Oscar le encantaba el sexo, a decir verdad le encantaba ese momento, el cigarro de después, el buen sabor de que bien he estado. Todas las chicas se lo decian. Le decían que bien has estado. Te quiero. Pero Oscar eso ya lo sabía. Desde muy pequeñito sentía como todas le ponían ojitos. Ya se lo dijo su madre el viernes del cumple de la abuela. Pero que niño más guapo.

Oscar odiaba la palabra compromiso. Gustaba de encariñar a las niñas, darle placer, promesas, bonitos recuerdos. Siempre había sido así, siempre había otra esperando la llamada, ansiando su pasión. Erika estaba aguantando demasiado. Esa tarde, habían discutido, ya se sabe, eso de que no me haces el caso que merezco, apenas nos vemos, te noto raro. Oscar la había llevado a la cama. Y allí estaban fumando el furtivo sexo con el que terminaba el día.

Jaime le había telefoneado mucho antes. Para ir a nadar. Oscar había dicho que sí, pero Erika apareció formando una estela apasionante y pícara de la que Oscar no pudo escapar. Quedaban pocas horas para las seis, a las siete clase. Eso le hizo recordar que vería a Marta. Marta era la chica castaña de filas adelante en el AULA 6. Iba con él a clase de Biología. Luis le decía a Oscar que esa chica estaba colada por el. Al principio Oscar no le hizo ni caso, le había pasado tantas veces que no le resultó extraño ni atrayente. Pero entonces la vio. Vio la mirada que Marta le lanzaba todas las mañanas desde la fila tres. Y flipó. Flipó con la belleza que le producía una mirada suya, tan penetrante, tan ansiosa, tan maravillosa. Nunca antes una chica le había mirado así. Se preguntó si cualquier chica le habría mirado así antes, pero el caso es que se sorprendió con que nunca se había fijado. Delante de Luis y Jaime se hacía el duro. A esa me la tiro en una semana. Pero el caso es que a Oscar le encantaría adentrarse de otra manera en la vida de Marta.

Era él quien disimulado, la observaba desde la tranquilidad de las filas de atrás. Era él quién contaba los días de clase de Biología, o anotaba la línea de autobús aquella tarde en la que la vio bajarse a toda prisa con la funda de guitarra. Erika se revolvió en la cama. ¿En qué piensas? En que dentro de un rato estaremos en clase. Creo que es mejor que me vaya.

El sonido del despetador aulló. Siete de la mañana. Abro la puerta y allí está. Como cada martes, al lado de la ventana, con el pelo recogido y esa dulce mueca de nerviosismo. Y lo hace, me mira, me mira de esa forma, y la miro, debo hacerlo, me aferro a lo que mi apdre llama la mirada del tigre, le lanzo lo que puedo. Dios mio, me tiemblan las piernas. ¿Se habrán fijado los demás? Si supieran lo que Marta me hace sentir, estaré acabado. Pero que guapa es. Creo que se ha ruborizado. ¿Le digo algo?

Bufff menos mal que Jaime me espera al final de la clase. Me sentaré a su lado. Ayssss seré idiota, creo que en el descanso debo decirle algo.

En el momento cigarro. Los momentos cigarro, sí.

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